«Le pregunté que por qué no hacía ella diario y dijo que no me enfadara, pero que le parecía cosa de gente desocupada, que ella cuando no estudia le tiene que ayudar a la madrastra a hacer la cena y a ponerle bigudís a las señoras. Otro día le hablé del color que se le pone al río por las tardes, que si no le parecía algo maravilloso, a la puesta del sol, y me contestó que nunca se había fijado.»
La joven Alicia tiene razón: para tener preocupaciones estéticas (filosóficas, artísticas, existenciales...) hace falta tiempo libre, esto es, una situación acomodada.
Contemplar la lluvia en una mañana fría y gris, entre capítulo y capítulo de «Entre visillos», comentar fragmentos con @editora y otros mastodontes, dedicar algunos minutos a la introspección, a compararme con unos personajes o con otros, a comparar su mundo con el mío... Son cosas de «gente desocupada», lo reconozco, pequeños privilegios me he ganado sólo en parte (gracias a que mis padres me ofrecieron los medios para poder hacerlo).
Eso sí, ni siquiera en los cinco años que viví en un pequeño pueblo sentí la presión social que sufren las protagonistas de la novela: muchos años después, fui consciente de haberla sufrido, pero, por suerte, en aquel momento no la sentí ni creo que me afectara mucho. Tuve la fortuna de abandonar aquel ambiente con diez años; pasar allí mi adolescencia habría sido insoportable.